El mensaje de los sabios

Carlos Manríquez Lema

“Tienes que vivir”, es un  consejo que en más de una ocasión hemos  recibido de los demás. Pero ¿qué exactamente nos están invitando a hacer? Para algunos “vivir” podría significar trabajar menos y divertirse más: salir, viajar, tener citas…  Otros tal vez nos alientan a hacer a un lado nuestros prejuicios y atrevernos a probar cosas nuevas.  Y habrá otros para quienes vivir significa simplemente crecer, madurar.  Cualquiera sea el sentido, la invitación a vivir es un llamado a hacer un cambio, a abrirse a otras posibilidades, a repensar nuestra existencia, a vivir con mayor conciencia de quiénes somos, qué hacemos y por qué, y hacia dónde queremos ir.

La mayoría de las veces, sin embargo, es precisamente nuestra propia conciencia la que nos impide hacer el cambio: conciencia de los riesgos, conciencia de nuestros fallos y limitaciones, conciencia de enfrentar aquello que nos acecha, conciencia de sufrir, de fracasar.

Cuando cumplí 50 años, un gran amigo mío me regaló un hermoso cuaderno de apuntes que contenía, en cada página, una cita en inglés dicha por un hombre o una mujer célebre. A través de esas sabias palabras, hombres de la estatura de Platón, Mark Twain y Einstein, y mujeres notables como Florence Nightingale, George Orwell y Marie Curie, nos alientan a vencer el miedo y a perseverar en la persecución de nuestros sueños; incluso nos animan a equivocarnos, a fracasar y a levantarnos de nuevo. 

He leído estas citas una y otras vez. Podría incluso recitar algunas de memoria. Pero no creo haberme movido un centímetro de mi zona de confort en todo este tiempo. Al menos no en lo que respecta a mi vida personal. ¿Será que el llamado a vivir debe ser un llamado íntimo, inequívoco y absoluto? ¿Un grito rotundo que acalle las voces que nos atan las manos y nos claven los pies al suelo?

Yo he sentido ese llamado: el llamado a vivir más y a imaginar menos. La primera vez que lo oí aún sentía que era joven, y no tenía grandes vallas que sortear. Pero la decepción me hizo retroceder de nuevo.  Hoy, cuando estoy ad portas de la edad madura, he vuelto a sentirlo. He vuelto a desear aquello que otros buscan con vehemencia y sin reparos.  Siento el llamado. Pero en la misma proporción también siento miedo.

Una de las citas que contiene el cuaderno y que se me grabó de manera  indeleble, traducida al español, dice algo así: “Las batallas que cuentan no son aquellas en las que se lucha por una medalla de oro sino aquellas que se libran dentro de ti. Esas son las batallas que vale la pena ganar.”  Esta cita pertenece a Jesse Owens, el atleta afroamericano que ganó cuatro medallas de oro en los juegos olímpicos de Berlín de 1936, cuando el nazismo liderado por Hitler estaba en su máximo apogeo. ¿Acaso Jesse Owens solo tenía en mente el logro de hazañas deportivas cuando dijo esto? No podría asegurarlo.  Pero sí estoy cierto que en todo orden de cosas, tenemos una batalla interior que librar antes de salir a dar la pelea. Solo con un triunfo resonante sobre aquello que nos impide disfrutar, explorar y crecer, podremos vivir como merecemos, como soñamos, como los demás nos instan a hacerlo en su afán de vernos más felices.

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